lunes, 17 de noviembre de 2014

Hotel


Una de las alegrías más comunes de los niños es pasar vacaciones con sus padres; este era el caso del pequeño Timoteo, hacía mucho que él no compartía tiempo con sus padres, ellos trabajaban mucho todos los días para tener una posición económica estable; la pareja decidió que el fruto de su trabajo durante ese año merecía un satisfactorio descanso, resolvieron irse de paseo por unos días; su hijo, que había salido bien en la escuela, también merecía un premio, estarían todos juntos como familia, esto alegró mucho a Timoteo, no solo tendría calidad de tiempo con sus padres sino cantidad también.

Días antes de salir de paseo, algo inusual empezó a sucederle al pequeño Timoteo, despertaba en las madrugadas y sentía que alguien le decía “no lo hagas”. Timy, como lo llamaban sus padres, apenas tenía 11 años, estaba entrando en la pre-adolescencia, nunca había sentido miedos de fantasmas o criaturas en su closet ni los miedos nocturnos que frecuentemente tienen los niños, pero esto que le hablaba le inquietaba mucho; la voz era desgarrada, de un hombre que habría pasado días vagando, cansado, fúnebre y avejentado

En una de esas noches, Timoteo se paró para ir al baño, no dejaba de pensar en esa voz tan sórdida que lo conmocionaba; aún así el niño se levantó, al mirar desde su cuarto hasta el baño sintió que se le helaba la espalda, era una sensación aterradora y aún mas para alguien de su edad, tenía que caminar desde su cuarto pasando por el cuarto de sus padres, la cocina y un pequeño pasillo para por fin llegar al baño, a Timoteo se le hizo interminablemente largo todo ese recorrido pero sus necesidades eran mas fuertes.

Entró y encendió la luz rápidamente, luego de usar el inodoro se dispuso a lavarse las mano, mientras lo hacía miraba su reflejo en el espejo, comenzó a ver su rostro que cambiaba paulatinamente en una figura totalmente desconocida, era como de un mendigo muy maltratado, podía detallar las cicatrices en el rostro, ojos parcialmente borrados, dentadura casi nula, la poca estructura dental que le quedaba estaba malograda; era lo mas atroz que Timoteo había visto, él salió corriendo del baño, ni recordó apagar la luz, el camino a su habitación se hizo mas largo que al principio; al acostarse y cerrar los ojos veía en su mente esa estampa horripilante, el niño sólo quería que llegara la mañana.

Por fin amaneció, Timoteo no se atrevía a decirle lo acontecido a sus padres, aunque ellos eran cariñosos y comprensivos, se mostraban muy rígidos y aprensivos cuando de fantasmas, apariciones o de lo paranormal se trataba, el niño tendría que soportar esto por varios días sin saber si en algún momento acabaría. Noche a noche, Timoteo rogaba porque ese ente que veía no apareciera de nuevo, durante varias noches no consecutivas él veía al viejo en el espejo, a medida que avanzaban los días los avistamientos se hacían mas recurrentes, ahora no sólo lo veía en el espejo del baño, sino también en los de toda la casa.

Pasaron unos días y noches tranquilos, pareciera que ese ente lo había dejado en paz, la noche antes del tan esperado día para salir de paseo, tuvo otro turbulento encuentro con lo que Timy llamaba el viejo del espejo, lo mas angustioso es que no sucedió a mitad de la noche, sino cuando el niño se iba a la cama, luces encendidas, sus padres en la cocina y él caminando hacia su habitación, Timy no quería pero algo lo impulsó a verse en uno de los espejos de la sala y fue cuando el miedo atrapó sus sentidos, en esta ocasión no fue el reflejo que se deformó, lo vio detrás de él queriéndolo atrapar, el niño corrió despavorido hacia sus padres. Ellos lo miraron sorprendidos por la actitud del infante, era la primera vez que lo veían actuar así; cuando le preguntaron qué era lo que le pasaba, a Timy no se le ocurrió mejor excusa que decir que vio una rata, le salió de sorpresa y lo asustó, era la excusa mas absurda que se le había podido imaginar pero sabiendo él como eran sus padres con las historias de fantasmas, no tuvo mejor ocurrencia que esa. Sus padres poco le creyeron, más aún, en esa casa no había plagas de ese tipo salvo algunas hormigas y una que otra araña y aunque no le creyeron, no dieron largas a ese asunto.

La noche pasó, amaneció, los rayos del sol entraban por la ventana a medio cubrir del cuarto del pequeño Timoteo, al sentir el calor en su rostro, frotó sus ojos con las manos, se levantó, miro hacia el patio a través de la ventana, vio que era de mañana, al fin el tan ansiado día había llegado; sus padres se habían levantado temprano, era un largo camino por recorrer, ya todo estaba listo, la algarabía de las vacaciones hicieron olvidar a Timy, de momento, todos los sucesos de las noches anteriores. ¡Listo!, todo empacado, las maletas en el auto, lo que podría haberse olvidado se quedaría en casa, era tiempo de salir. Al pasar por el frente de su casa, Timy sintió mucha inquietud, veía la ventana de su habitación desde el auto y muy a lo lejos divisó esa silueta siniestra que le había causado tantas noches de insomnio y escalofríos.

Mientras duraba el viaje, Timoteo olvidó por completo sus miedos, el paisaje, el camino y las canciones en familia le hicieron olvidar todo lo que le preocupaba. Ya se estaba haciendo tarde y aún faltaba mucho camino por recorrer, el padre de Timy resolvió quedarse en un hotel antes de seguir hasta su destino; llegaron a un buen hotel en la afueras de una ciudad, no era lujoso pero tenía buenos servicios, espacioso y excelente atención, el lobby daba una agradable sensación de ambiente familiar y la música de fondo tranquilizaría hasta al mas cansado huésped. Allí pasó la familia la noche, la madre de Timy estaba encantada con el lugar, era algo muy relajante y un ambiente acogedor, sin embargo al pequeño le inquietó esto, de repente se sintió como en casa y en ese momento era el último lugar en el que quería estar.

Esa noche, Timy sintió nuevamente la espeluznante sensación que lo seguía, parecía que lo arropaba, que lo observaba durante la noche en cada paso que dado, lo peor tal vez era esa sensación de estar cerca de sus padres sin poder decirles nada. Llegó el día, amaneció mas lento que de costumbre, y aunque ya era de día Timoteo no dejaba atrás esa pavorosa sensación que le acompañó esa noche; la familia siguió su camino, los padres de Timoteo notaron que algo lo preocupaba, pero por más que lo persuadieron de decir que le pasaba, el niño solo los miraba, sus ojos redondos, grandes y vidriosos expresaban todo lo que quería decir, con su codo apoyado en el posa brazos de la puerta del carro y su mano sosteniendo su mandíbula, fijó la mirada en las nubes del cielo despejado que había en ese momento, sus labios cerraron cada palabra; repentinamente el ambiente cambió, ya no habían canciones, un silencio invadió el interior del auto durante mucho tiempo, se rompió ese hielo cuando al fin Timoteo dice a sus padres:
-Papá, mamá ¿por qué la gente cree en fantasmas y apariciones?
La madre le contesta: No sé hijo, la gente siempre quiere creer que sus seres queridos nunca parten de este mundo y se refugian en esas cosas.
-¿No crees que eso puede tener algo de cierto? Vuelve a preguntar Timoteo.
-¡Claro que no! Respondió el papá con voy muy convincente. –Además esas son historias que inventa la gente.
-¿Y qué opinas de los espantos y fantasmas? ¿No crees que tenga algo de cierto?
-Ya te dijo tu papá ­–responde la madre– que solo son historias, a veces para pasar el rato, para asustar y en otros casos hasta para ganar dinero. ¿Porqué tanta insistencia? ¿No hemos hablado eso contigo antes?
-Solo me lo preguntaba mamá, solo eso.

No pasó mucho tiempo hasta que llegaron a su destino, atardecía, el firmamento rojo y naranja anunciaba que el día se estaba acabando y pronto la noche llegaría. Se hospedaron en otro hotel, este era más lujoso, grande y con más vistosidad que el anterior, algo le hacía sentir a Timoteo que había estado ahí antes, pareciera que era el mismo hotel donde se hospedaron primero pero más ostentoso, Timoteo se inquietó mucho porque no sabía si aguantaría más el guardar silencio con lo que le estaba pasando.

Antes de irse a acostar, la familia salió a divertirse un rato, no querían quedarse hasta tarde desvelándose pero tampoco querían dejar de compartir un rato como familia, terminaron su velada, entraron al hotel hablando de lo que harían al día siguiente y planeando el resto de sus vacaciones. Al entrar a la habitación Timoteo sintió el aire pesado y lúgubre, se miró rápidamente en el espejo del baño pero no pasó lo de costumbre sin embargo sentía que “eso” estaba ahí.

La pareja se acostó, notaron que Timoteo estaba inquiero, pero cuando le preguntaron que le pasaba, él no decía palabra alguna, de algún modo, el niño sabía que lo algo le estaba esperando. Entrada la noche el Timy se despertó, no quería por nada del mundo abrir los ojos en medio de la noche, arropado hasta la cabeza, a lo lejos oyó una melodía muy relajante, era la misma que tenía el primer hotel donde estuvieron, sin embargo esta melodía sonaba algo diferente, como triste; Timoteo se levantó llevando la sábana que lo arropaba, tenía una inmensa curiosidad de saber de donde venía esa música, le llamaba mucho la atención, al mimo tiempo que le helaba la espalada, fue caminando lentamente, preso por sus temores pero impulsado por la deseo de oír más de cerca esa melodía.

Vestido con su pijama de cuadros, la manta sobre su cuerpo con la que se arropaba, en su mano izquierda un peluche del dinosaurio de Mario Bros, Yoshi, lo pies descalzos y caminando como pidiendo permiso a un pie para mover el otro, así a ese ritmo salió del hotel, el lobby estaba solo, las luces a medio encender, la música parecía venir de afuera de ese hotel, la fría noche había abrazado las calles, todo estaba íngrimamente solo, cerca de él, Timoteo oyó la espeluznante voz que le dijo: “no lo hagas,” aún así él siguió su camino, se adentró en las solitarias calles que se entrecortaban con una delgada neblina, así habrían pasado unos 10 minutos, pero a Timy le pareció una eternidad; repentinamente comenzó a llover, Timy se cubrió con la manta y abrazó su peluche, se dirigió de vuelta al hotel, la melodía ya no se escuchaba, rápidamente el niño corría para no mojarse, tropezó con varias personas en el camino, algunas le gritaban, otras lo empujaban.
-Es raro, esas personas no estaban cuando salí, las calles estaban solas, ¿De dónde salieron tantos autos? ¿Acaso me equivoqué de vía? No puede ser, solo caminé en una dirección– Pensó Timy.

Al llegar al sitio de partida, entró y oyó la misma melodía de antes, la misma que había oído en el primer hotel, se acercó al recepcionista, el entorno era otro, las personas no eran las mismas, los atuendos eran diferentes, pero la música era exactamente la que el niño había escuchado días atrás. Mientras Timoteo se acercaba a la recepción, la gente lo miraba, murmuraba, los menos discretos se mostraban asqueados al verlo, otros trataban de no pasar cerca de él; al llegar al lobby el recepcionista le pregunta:
-Señor ¿Desea algo? ¿Qué esta buscando?
-Disculpe, quiero ir a la habitación de mis padres.
-Señor… ¿De qué esta Ud. hablando?
-Mis papás se alojaron en este hotel hace unas horas. Quiero ir a la habitación con ellos.
-Voy a tener que pedirle que se retire- refutó el recepcionista.
-Pero mis papás están aquí, quiero ir con ellos.
El recepcionista mostrándose molesto, con un tono de voz más firme y el ceño de la frente parcialmente fruncido le vuelve a decir. –Le repito que se retire antes de que llame a seguridad, esto dejó de ser un hotel hace más de 40 años. Este es un edificio de negocios.

Cuando Timoteo oyó esto, se perturbó ¿Cuanto tiempo pasó desde que salió del hotel y volvió? ¿Se equivocó de sitio? ¿Se perdió en el camino? Más fue su perturbación cuando al salir de ese sitio se miró al espejo que quedaba en la entrada del edificio, un espejo ornamentado delicadamente, contornos brillantes y muy bien pulido colgado en la pared con un soporte metálico labrado especialmente para ese sitio, ese espejo se vio opacado cuando Timoteo se miró y vio su reflejo, era aquél anciano maltratado, harapiento, con el rostro lleno de cicatrices, ese viejo de ojos parcialmente borrados que lo espantó por muchas noches, ese ente con la dentadura casi nula y malograda, ese hombre era él, vestido con una pantalón a media pierna de rayas, una camiseta desgarrada, sosteniendo con una mano un peluche muy deteriorado de un dinosaurio y con la otra, la manta con la que dormía todas las noches.