Elizabeth, así se llamaba aquella
mujer, una mujer de tez blanca, elegante, inteligente, atractiva, una persona
como cualquiera; ella esperaba a su segundo hijo que resultó ser una niña,
tanto Elizabeth como su esposo estaban felices por esto, solo hablaban de su
próxima hija, tanto así que destinaron cierto capital a la buena estabilidad de
la gestación de la bebé.
Sin embargo Elizabeth tenía un
problema, su tiempo de gestación no siempre se cumplía, tuvo que asistir a un
centro médico para estabilizarla, el doctor que la atendió dio muy buenas
expectativas, afortunadamente era algo que le pasa a mas mujeres de lo uno
piensa, a pesar de esto era necesario dejarla unos días para observarla y si
todo marchaba como hasta ahora, ella podía irse a su casa en unos días.
Eliza fue llevada al cuarto de
observación, allí conoció a otras chicas que presentaban cuadros parecidos al
de ella, era muy carismática, así que hizo amistades rápidamente, no obstante
había una de ellas que parecía ser algo diferente, aislada, retraída, de pocas
palabras, algunas decían que esta mujer era loca, otras que solo era una mujer
introvertida, poco sabían de esta paciente, apenas le conocían el nombre ya que
lo llevaba tatuado en el hombro con letras oscuras pero legibles, decía:
Lorena.
Llega la primera noche de
Elizabeth en el hospital, es difícil decir como se sentía, estar sin sus
familiares cerca, al menos su esposo, la ponía a la expectativa de cualquier
evento. Una de sus compañeras de cuarto le dice:
-Cuando te acuestes trata de
estar pendiente de la “la loca” dicen que hace cosas raras mientras duermes.
-Jejeje ¿en serio? ¿Acaso hace
conjuros o cosas así, por qué le dicen loca, es solo porque no habla mucho? No
me tomes el pelo, ni me quieras asustar.
-En serio, suele caminar de
madrugada entre los pasillos y…
-…Y a lo mejor es noctámbula.
Replicó Elizabeth antes de que su compañera terminara de hablar. ¿Sabes qué me
asusta más? Los honorarios del doctor, dijo soltando una risa suave pero
burlona.
-Está bien. No digas que no te lo
advertí. Contestó la muchacha, y se dio media vuelta en su camilla antes de
quedarse dormida.
Entrada la noche Elizabeth se
despertó con ganas de ir al baño, se dirigió al pasillo y observó lo largo de
éste, no sabía si era el efecto de la noche pero lucía mas largo de lo que
realmente es, de un azul oscuro que se entenebrecía por la ausencia de luz,
algunos bombillos quemados, otros apunto de estallar y esa sensación que le
helaba las piernas de una persona acompañándola al atravesar el pasillo. El
viento se colaba por las ventanas, susurraba pero no con melodía, más bien
parecía un soplido escalofriante.
Por fin llegó la mañana,
Elizabeth no sabía si alegrarse o no, aún no le decían cuando se iría, esa
primera noche fue lo mas intimidante que había vivido. Ella se lo comento a las
otras señoras que estaban acompañándola.
-¿Alguna de ustedes se ha fijado
en lo tenebroso que es ir al baño de noche? Preguntó Eliza.
-¿En serio fuiste al baño en la
madrugada? ¿Prefiero hacerme en la camilla y que los doctores me regañen?
Eliza contestó: No creo que te de
tanto miedo, sí asusta pero no es para tanto.
Otra de ellas a quien llamaban
“la negrita” por su carisma y tez de piel le dice:
-¿No conoces la historia de este
hospital? Fue fundado hace más de 60 años, solía ser el más prestigioso en su
época y con el mejor servicio. Cuentan que varios obreros perdieron la vida
mientras lo construían, los familiares de estos obreros que recibieron atención
médica aquí después de fundado también perecieron por causas insólitas, en un
principio se decía que fue por mala praxis pero pronto se reveló que no fue
así, hubo varios doctores, enfermeras, camareras y hasta los que hacen la
limpieza que se suicidaron lanzándose desde el cuarto piso. Los maullidos que
oyes no son gatos… son gritos de dolor, de almas en pena.
-No me jodas, dice Eliza con
escepticismo. ¿Crees que me tragaré eso? Hasta en el mejor hospital del mundo
hay gente que muere, es inevitable.
-Tienes razón. Contestó la
negrita, cuyo nombre era Amanda, y prosiguió: ¿No te has dado cuenta que a
pesar de estar en un sitio accesible y ser tan grande este hospital hay poco
personal y casi ningún paciente?
-Y si es así como ustedes creen ¿que
hacen aquí, por qué siguen acá? Yo me largaría.
-Eso es algo que solo tú lo
sabrás cuando suceda.
-¿Suceder qué? Y hubo silencio.
Para evitar más polémica,
Elizabeth decidió no seguir la conversación, se retiró si hacer comentarios. Cercana
la noche cuando rayaba el alba, Elizabeth se sentó en su camilla a mirar por la
ventana, divisó un busto de alguien, seguramente del fundador del hospital,
acariciando su vientre hablaba con su futura hija y con la mirada fija en el
monumento no dejaba de pensar en esas anécdotas pavorosas.
La segunda noche en el hospital.
Esta vez Elizabeth se despierta al oír pasos en el pasillo, quiso llamar a
alguna de sus compañeras pero el frío que recorría su espina dorsal le impedía
hablar, poco a poco esos pasos se escuchaban mas cerca, una silueta confusa y
borrosa se acercaba adonde ella estaba. Eliza no se atrevía a abrir los ojos,
sintió una voz que le hablaba mientras le quitaban la sábana de encima:
-¿Me das un poco de agua?
Era Lorena en una de sus rondas
nocturnas.
-¿Me diste un susto de muerte,
que haces parada a esta hora? Replicó.
-Tengo sed.
-¡Esta bien! Pero no me vuelvas a
hacer algo así.
Elizabeth se levantó parcialmente
molesta, pero aun así fue a buscar un vaso de agua para Lorena, de regreso ve
una puerta de madera, algo de lo que ella no se había percatado la noche
anterior, sintió curiosidad y escalofrío a la vez, mas aún al ver que la puerta
estaba cerrada con cadenas y candado, llevaría bastante tiempo así pues estaba
empolvada y las cadenas oxidadas. Al entrar a su habitación vio que Lorena
parecía hablar con el busto que se veía desde su ventana, lo más raro no fue
eso, sino que ella hablaba como si estuviera frente al objeto siendo que la
habitación estaba en un 3er piso. Eliza buscó de inmediato al médico residente
para decirle lo que pasaba, cuando ambos fueron a la habitación de Elizabeth,
Lorena ya no estaba, el médico la buscó, estaba tranquila durmiendo en su
habitación. Eliza se puso muy nerviosa, porque para que ella fuera hasta su
cuarto tuvo que pasar frente a ellos forzosamente. ¿Fue un sueño o acaso un
juego de la mente? ¿O tal vez…?
A la mañana siguiente Elizabeth
contó a sus amigas lo sucedido, ellas la miraron pero no pronunciaron palabra
alguna, Amanda, salió de la habitación inmediatamente con el pretexto de que
era hora de su medicina. Eliza no prestó mucha atención a esto y continuó
hablando de lo sucedido, preguntó también que había detrás de esas puertas de
madera pero sus amigas le desviaron la pregunta y la persuadieron de no estar
cerca de ahí.
Esto no frenó los deseos de Eliza
para conocer lo que había allí, algo le atraía, la llamaba, sentía que le
empujaban a abrirla, pero cómo podría si estaba con cadenas. Hay cosas que es
mejor no conocerlas.
El sol se ocultó en el ocaso, el
crepúsculo que se veía rojo y amarillo empezaba a desvanecerse dando lugar a la
no tan deseada tercera noche para Elizabeth en el hospital, ¿Podría dormir esta
vez o tendría otra lúgubre experiencia en el pasillo? Cerca de las 2 de la madrugada
ella despierta sin motivo aparente, no tenía hambre ni sed, tampoco estaba
Lorena cerca, pero sintió algo que nuevamente le llamaba hacia la puerta de
madera, estaba totalmente atraída por lo desconocido así que se levantó de su
camilla, se acercó a la puerta y miraba por la ventanilla de ésta, notó que
había unas escaleras como hacia un sótano, apenas se lograba divisar algo que
pobremente iluminaban los bombillos que estaban a punto de quemarse, el reflejo
de luz de luna daba la sensación de ser un pasillo sin final.
Muerta de ganas por saber que
había allí abajo, Elizabeth buscó al doctor que estaba en ese momento de turno,
era un joven con muy buenos modales, le caracterizaba ser amable, cordial,
caballeroso y con una sonrisa en todo momento, de esas que te dice que a pesar
de las circunstancias todo saldrá bien.
-Doctor ¿qué hay detrás de esa
puerta? Siempre está cerrada y parece que hay unas gradas hacia abajo.
-No te acerques ahí, siempre ha
estado cerrado. Contestó con todo de voz muy afable.
-Me gustaría saberlo, se ve muy
escabroso ¿Acaso hay algún piso inoperativo?
-Te dije que no te acerques a ese
sitio, así esté en todo el pasillo, haz como si no estuviera. Contestó esta vez
el doctor con un tono de voz más fuerte que el anterior.
-Solo quiero saber ¿Usted sabe y
no me quiere decir? Le replica Elizabeth.
En ese momento toda la
caballerosidad del doctor desapareció, la sonrisa, su cordialidad, cambió su
personalidad repentinamente, sus ojos expresaron temor, ira, repulsión, su voz
esta vez fue muy imperativa:
-¿Eres una niña de 10 años o qué?
Te dije que no estés cerca de esa puerta. Vete a tu habitación y duérmete así
como están haciendo las demás pacientes.
Elizabeth salió de su presencia
asustada, jamás esperaría que él contestara de esa forma, decidió hacer lo que
le dijo. Pasó por el frente de esa puerta, no pudo resistir la tentación de
querer asomarse por la ventanilla, al acercarse vio que el candado estaba
abierto y las cadenas en el piso; esto heló la sangre de ella, por las condiciones
del candado y las cadenas habría que cortarlos para poder abrirlas pero estaban
en el suelo como si sutilmente las hubieran quitado. Ayudada por la luz de luna
que entraba al pasillo, Elizabeth cruzo la puerta, habían gradas hacia abajo
que apenas se podían ver.
Llegó hasta un ascensor que aparentemente
no funcionaba, al entrar notó que habían botones hasta el 4to piso, muy extraño,
el hospital únicamente tenía tres. Pensó que sería una mala indicación de los
botones, a lo mejor el 4to piso era la azotea, pulsó varios botones pero el
único que funcionó fue el del 4to piso, lo que no sabía Elizabeth era que allí
se ocultaba el lado macabro de ese hospital. Se abrieron las puertas, era
parecido al piso donde ella estaba con la gran diferencia que además del
aspecto abandonado que presentaba había un olor pútrido, muy repugnante, como
de formol con fetos muertos, ni la morgue tendría un olor tan desagradable,
esto la hizo venirse en vómito; a medida que avanzaba por ese pasillo y ver las
puertas de las habitaciones, el entorno se hacía oscuro, frío y adimensional.
Oyó el quejido de una mujer,
parecía llorar, era escalofriante, sombrío, muy tenebroso. Elizabeth se acercó
a lo que parecía ser una mujer agachada quejándose de un dolor, repentinamente
esta se voltea y le dice:
-¿Me das agua? Tengo sed.
-¡Lorena! ¿Qué haces aquí, cómo
llegaste si vine sola?
-Ellas te lo dijeron, te lo
advirtieron. ¿Quieres que traiga al doctor?
-¿De qué carajo estas hablando?
Me estás diciendo incoherencias ¿Quién o qué eres tú? ¿Por qué las otras
pacientes sienten miedo de estar contigo? Decía Elizabeth totalmente horrorizada.
-Vivo con el señor de la estatua,
él me habla.
En ese mismo instante Elizabeth
salió corriendo despavorida de ahí; el sitio donde estaba era algo que no se
puede describir, parecía que corría en círculos, no sabía si iba o venía, las
paredes, las habitaciones, parecía que andaba sin llegar a algún lado y la
oscuridad que le rodeaba la confundía cada vez más, oía como el llanto de almas
en pena se quejaban muy cerca de sus oídos, su vientre empezó a moverse, como
si la hija que llevaba dentro quisiera correr también, sabía lo que pasaba, sentía
el miedo, el espanto de su mamá. Elizabeth no tuvo otra opción que detenerse
por unos momentos, su vientre se sentía pesado, le faltaba el aire y se le
cortaba la respiración, pero la luz al final del túnel llegó, divisó una salida
muy a lo lejos, era suficiente motivación para seguir adelante.
Cuando finalmente llegó, vio que
era una salida hacia algún sitio: la ciudad, había salido del hospital.
Rápidamente se dirigió a su casa, el trayecto fue duro y penoso pero se
alimentaba con la ilusión de ver a su esposo e hijo; llegó a su casa y ve un
auto de policía estacionado enfrente, Elizabeth entró y encuentra a un oficial
hablando con su esposo quien lloraba desconsoladamente, él al verla corrió
hacia sus brazos y con voz de confusión, desespero, angustia y a la vez alegría
de verla le pregunta:
-¿Dónde estuviste todo este
tiempo?
-¿Todo este tiempo? Pues en el
hospital, estoy allá desde hace tres días ¿No recuerdas?
-¿Tres días? Te fuiste del
hospital al día siguiente, llevo buscándote casi dos semanas, ni la policía
podía encontrarte, sabes que en tu estado no debes estar por ahí sin cuidados
médicos ¿Por qué te fuiste de esa manera y dónde estuviste?
Elizabeth no podía creer lo que
oía, para ella solo fueron 3 días en un hospital tétrico. Ella le contó todo a
su esposo, él estaba maravillado con lo que oía a la vez que sentía como la
sangre se le helaba por este relato tan fantasioso. Ella insistió en que lo
acompañara para que viera todo lo que había allí en el hospital.
Al llegar al hospital, Eliza casi
quedó desconcertada por lo que encontró, no concebía de ninguna forma lo que
vio: un hospital común, lleno de pacientes, doctores, enfermeras y demás
personal, un hospital tan normal como cualquiera, más increíble fue para
Elizabeth entrar y percatarse del buen estado en que se encontraba la
infraestructura, totalmente diferente al sitio donde estuvo.
El esposo de Elizabeth la tomó de
las manos y la miró.
-Aquí fue donde te dejé hace más
de una semana. ¿Por qué escapaste? ¿A dónde fuiste?
Eliza se miró las ropas, estaban
curtidas y malolientes, sus pies lastimados y ensangrentados por caminar
descalza, sus cabellos enredados, ella se agachó en un rincón, miró hacia el
pasillo y le contestó:
-Estuve en este hospital.