miércoles, 24 de septiembre de 2014

Diecinueve y treinta

Esta historia fue tomada de creepypastas.com
No es una historia que yo escribí, pueden chequearla en el siguiente link:

http://li.co.ve/y0I



Aquí empieza la historia:

(Esta es una historia que escribió mi padre cuando yo tenía 9 años, y nunca se animó a publicarla en ningún lado. Sin embargo, él me autorizó a hacerlo en esta página. Disfrútenla!)

Eran las diecinueve y treinta horas y el mucamo corrió presuroso para atender el teléfono.
Es que ya hacia tres días, que no tenía noticias de su patrón el señor Arregui.
Levantó el auricular y se produjo el siguiente dialogo:

< Hola  Rogelio, habla  Juan José.
< Ah… por fin señor. Ya estaba preocupado. ¿Está usted bien?
< Si Rogelio no te preocupes, es que tuve que emprender un viaje inesperado y me ausentaré  no sé  bien por cuanto tiempo.
Todos los días me voy a comunicar con vos para pedirte que hagas algunas cosas que me quedaron pendientes.
Detrás del cuadro que está en mi oficina, escrita en el marco, vas a encontrar la clave de la caja fuerte, allí tendrás suficiente dinero para unos meses.
Podrás disponer de él para las cosas  de la casa, y por supuesto para tu sueldo.
En el Banco Nación que está en la esquina de casa, tengo una caja de seguridad. Las llaves, el número de caja y una credencial que te autoriza abrirla, también las vas a encontrar en la caja fuerte.
Menos mal que hace ya bastante tiempo, se me ocurrió hacerte este poder, por si se presentaba alguna vez una situación como esta.
En la caja de seguridad, hay acciones de distintas empresas importantes, bastante dinero y algo de oro, vas a manejar todo esto según mis instrucciones.
Siempre confié en vos.
Bueno por hoy es bastante y no quiero atolondrarte con mas recomendaciones.
Por ultimo te encargo que les avises a mis amigos, los muchachos del club; que no voy a poder ir más por un tiempo todos los martes y jueves, a jugar tenis como de costumbre.
< Bueno señor,  muchas gracias por su confianza y espero no defraudarlo.
< Mañana te llamo nuevamente.  Chau  Rogelio cuidate y gracias.

Todos los días, a las diecinueve y treinta en punto, Arregui se comunicaba con  Rogelio, para que este le pasara el parte de las novedades del día, y darle las directivas pertinentes a estas.
Nunca mencionaba en donde se encontraba, solo decía que aún no había llegado a destino y que quizás en unos pocos días más…  Es que el camino es muy malo e intrincado…
– Decía Arregui. – ­
Así pasaron seis meses, hasta que Arregui  por fin dijo haber llegado. Pero no dijo donde.
Habiendo ya concluido todos los asuntos pendientes que había dejado en Buenos Aires, con la colaboración de Rogelio, dejó de hacer su llamada diaria de las diecinueve treinta.
El mucamo a estas alturas ya era virtualmente el dueño de casa y hacía y deshacía a su gusto y parecer.
Luego de varias semanas, a las diecinueve treinta en punto suena el teléfono.
Rogelio atendió:
< Hola Rogelio. ¿Cómo estas? >
< Bien señor.  Hacía mucho que no llamaba. ¿Que pasó?>
< Nada. Sólo estuve tratando de conseguir donde instalarme, y me llevó un tiempo.
Allá en Buenos Aires, ya queda poco y nada por hacer, y yo te necesitaría acá con migo que me serías de más ayuda.
¿ Te parece bien si te mando a buscar en un par de semanas? >
< Si señor, como usted diga. Pero… ¿En donde queda el lugar en el que usted está? >
< Mirá Rogelio, no se como explicarte. Pero es lejos, prepárate para un viaje largo.
< Chau Rogelio. Nos vemos pronto. >
< Chau señor. >

El mucamo fue preparando a lo largo de dos semanas su equipaje.
Al finalizar la segunda semana, casualmente enciende el televisor faltando pocos minutos para las diecinueve y treinta.
En el informativo, dan la noticia de un campesino que caminando por la orilla de la ruta, vio en el fondo de un precipicio tapado por unos arbustos, un automóvil  en cuyo interior, se encontraba el cadáver de un hombre en avanzado estado de descomposición.
La noticia capturó la atención de Rogelio, y se paró frente al aparato para escuchar bien de que se trataba.
Mientras mostraban  las imágenes del lugar, el locutor seguía leyendo:

“Fuentes policiales informaron que al parecer, el cuerpo habría estado allí por más de seis meses, y los documentos encontrados en él, pertenecerían a un tal Juan José Arregui importante empresario de Buenos Aires. Quién habría caído al precipicio, por causa de un reventón en uno de los neumáticos del rodado.”

Al escuchar semejante noticia, el mucamo invadido por una mezcla de pánico y estupor, siente una puntada aguda en su pecho, mientras que su corazón late a la velocidad de un caballo descontrolado.
Su respiración se hace cada vez más dificultosa, y tomándose con ambas manos el costado izquierdo, intentando desesperadamente tomar algunas bocanadas de aire cae muerto sobre el sillón que tenía a su espalda, exactamente a las diecinueve y treinta horas.

Tal como le dijo Arregui… Puntualmente en dos semanas lo mandó a buscar.

Almas en el Hospital



Elizabeth, así se llamaba aquella mujer, una mujer de tez blanca, elegante, inteligente, atractiva, una persona como cualquiera; ella esperaba a su segundo hijo que resultó ser una niña, tanto Elizabeth como su esposo estaban felices por esto, solo hablaban de su próxima hija, tanto así que destinaron cierto capital a la buena estabilidad de la gestación de la bebé.

Sin embargo Elizabeth tenía un problema, su tiempo de gestación no siempre se cumplía, tuvo que asistir a un centro médico para estabilizarla, el doctor que la atendió dio muy buenas expectativas, afortunadamente era algo que le pasa a mas mujeres de lo uno piensa, a pesar de esto era necesario dejarla unos días para observarla y si todo marchaba como hasta ahora, ella podía irse a su casa en unos días.

Eliza fue llevada al cuarto de observación, allí conoció a otras chicas que presentaban cuadros parecidos al de ella, era muy carismática, así que hizo amistades rápidamente, no obstante había una de ellas que parecía ser algo diferente, aislada, retraída, de pocas palabras, algunas decían que esta mujer era loca, otras que solo era una mujer introvertida, poco sabían de esta paciente, apenas le conocían el nombre ya que lo llevaba tatuado en el hombro con letras oscuras pero legibles, decía: Lorena.

Llega la primera noche de Elizabeth en el hospital, es difícil decir como se sentía, estar sin sus familiares cerca, al menos su esposo, la ponía a la expectativa de cualquier evento. Una de sus compañeras de cuarto le dice:
-Cuando te acuestes trata de estar pendiente de la “la loca” dicen que hace cosas raras mientras duermes.
-Jejeje ¿en serio? ¿Acaso hace conjuros o cosas así, por qué le dicen loca, es solo porque no habla mucho? No me tomes el pelo, ni me quieras asustar.
-En serio, suele caminar de madrugada entre los pasillos y…
-…Y a lo mejor es noctámbula. Replicó Elizabeth antes de que su compañera terminara de hablar. ¿Sabes qué me asusta más? Los honorarios del doctor, dijo soltando una risa suave pero burlona.
-Está bien. No digas que no te lo advertí. Contestó la muchacha, y se dio media vuelta en su camilla antes de quedarse dormida.

Entrada la noche Elizabeth se despertó con ganas de ir al baño, se dirigió al pasillo y observó lo largo de éste, no sabía si era el efecto de la noche pero lucía mas largo de lo que realmente es, de un azul oscuro que se entenebrecía por la ausencia de luz, algunos bombillos quemados, otros apunto de estallar y esa sensación que le helaba las piernas de una persona acompañándola al atravesar el pasillo. El viento se colaba por las ventanas, susurraba pero no con melodía, más bien parecía un soplido escalofriante.

Por fin llegó la mañana, Elizabeth no sabía si alegrarse o no, aún no le decían cuando se iría, esa primera noche fue lo mas intimidante que había vivido. Ella se lo comento a las otras señoras que estaban acompañándola.
-¿Alguna de ustedes se ha fijado en lo tenebroso que es ir al baño de noche? Preguntó Eliza.
-¿En serio fuiste al baño en la madrugada? ¿Prefiero hacerme en la camilla y que los doctores me regañen?
Eliza contestó: No creo que te de tanto miedo, sí asusta pero no es para tanto.

Otra de ellas a quien llamaban “la negrita” por su carisma y tez de piel le dice:
-¿No conoces la historia de este hospital? Fue fundado hace más de 60 años, solía ser el más prestigioso en su época y con el mejor servicio. Cuentan que varios obreros perdieron la vida mientras lo construían, los familiares de estos obreros que recibieron atención médica aquí después de fundado también perecieron por causas insólitas, en un principio se decía que fue por mala praxis pero pronto se reveló que no fue así, hubo varios doctores, enfermeras, camareras y hasta los que hacen la limpieza que se suicidaron lanzándose desde el cuarto piso. Los maullidos que oyes no son gatos… son gritos de dolor, de almas en pena.
-No me jodas, dice Eliza con escepticismo. ¿Crees que me tragaré eso? Hasta en el mejor hospital del mundo hay gente que muere, es inevitable.
-Tienes razón. Contestó la negrita, cuyo nombre era Amanda, y prosiguió: ¿No te has dado cuenta que a pesar de estar en un sitio accesible y ser tan grande este hospital hay poco personal y casi ningún paciente?
-Y si es así como ustedes creen ¿que hacen aquí, por qué siguen acá? Yo me largaría.
-Eso es algo que solo tú lo sabrás cuando suceda.
-¿Suceder qué? Y hubo silencio.

Para evitar más polémica, Elizabeth decidió no seguir la conversación, se retiró si hacer comentarios. Cercana la noche cuando rayaba el alba, Elizabeth se sentó en su camilla a mirar por la ventana, divisó un busto de alguien, seguramente del fundador del hospital, acariciando su vientre hablaba con su futura hija y con la mirada fija en el monumento no dejaba de pensar en esas anécdotas pavorosas.

La segunda noche en el hospital. Esta vez Elizabeth se despierta al oír pasos en el pasillo, quiso llamar a alguna de sus compañeras pero el frío que recorría su espina dorsal le impedía hablar, poco a poco esos pasos se escuchaban mas cerca, una silueta confusa y borrosa se acercaba adonde ella estaba. Eliza no se atrevía a abrir los ojos, sintió una voz que le hablaba mientras le quitaban la sábana de encima:
-¿Me das un poco de agua?
Era Lorena en una de sus rondas nocturnas.
-¿Me diste un susto de muerte, que haces parada a esta hora? Replicó.
-Tengo sed.
-¡Esta bien! Pero no me vuelvas a hacer algo así.

Elizabeth se levantó parcialmente molesta, pero aun así fue a buscar un vaso de agua para Lorena, de regreso ve una puerta de madera, algo de lo que ella no se había percatado la noche anterior, sintió curiosidad y escalofrío a la vez, mas aún al ver que la puerta estaba cerrada con cadenas y candado, llevaría bastante tiempo así pues estaba empolvada y las cadenas oxidadas. Al entrar a su habitación vio que Lorena parecía hablar con el busto que se veía desde su ventana, lo más raro no fue eso, sino que ella hablaba como si estuviera frente al objeto siendo que la habitación estaba en un 3er piso. Eliza buscó de inmediato al médico residente para decirle lo que pasaba, cuando ambos fueron a la habitación de Elizabeth, Lorena ya no estaba, el médico la buscó, estaba tranquila durmiendo en su habitación. Eliza se puso muy nerviosa, porque para que ella fuera hasta su cuarto tuvo que pasar frente a ellos forzosamente. ¿Fue un sueño o acaso un juego de la mente? ¿O tal vez…?

A la mañana siguiente Elizabeth contó a sus amigas lo sucedido, ellas la miraron pero no pronunciaron palabra alguna, Amanda, salió de la habitación inmediatamente con el pretexto de que era hora de su medicina. Eliza no prestó mucha atención a esto y continuó hablando de lo sucedido, preguntó también que había detrás de esas puertas de madera pero sus amigas le desviaron la pregunta y la persuadieron de no estar cerca de ahí.

Esto no frenó los deseos de Eliza para conocer lo que había allí, algo le atraía, la llamaba, sentía que le empujaban a abrirla, pero cómo podría si estaba con cadenas. Hay cosas que es mejor no conocerlas.

El sol se ocultó en el ocaso, el crepúsculo que se veía rojo y amarillo empezaba a desvanecerse dando lugar a la no tan deseada tercera noche para Elizabeth en el hospital, ¿Podría dormir esta vez o tendría otra lúgubre experiencia en el pasillo? Cerca de las 2 de la madrugada ella despierta sin motivo aparente, no tenía hambre ni sed, tampoco estaba Lorena cerca, pero sintió algo que nuevamente le llamaba hacia la puerta de madera, estaba totalmente atraída por lo desconocido así que se levantó de su camilla, se acercó a la puerta y miraba por la ventanilla de ésta, notó que había unas escaleras como hacia un sótano, apenas se lograba divisar algo que pobremente iluminaban los bombillos que estaban a punto de quemarse, el reflejo de luz de luna daba la sensación de ser un pasillo sin final.

Muerta de ganas por saber que había allí abajo, Elizabeth buscó al doctor que estaba en ese momento de turno, era un joven con muy buenos modales, le caracterizaba ser amable, cordial, caballeroso y con una sonrisa en todo momento, de esas que te dice que a pesar de las circunstancias todo saldrá bien.
-Doctor ¿qué hay detrás de esa puerta? Siempre está cerrada y parece que hay unas gradas hacia abajo.
-No te acerques ahí, siempre ha estado cerrado. Contestó con todo de voz muy afable.
-Me gustaría saberlo, se ve muy escabroso ¿Acaso hay algún piso inoperativo?
-Te dije que no te acerques a ese sitio, así esté en todo el pasillo, haz como si no estuviera. Contestó esta vez el doctor con un tono de voz más fuerte que el anterior.
-Solo quiero saber ¿Usted sabe y no me quiere decir? Le replica Elizabeth.
En ese momento toda la caballerosidad del doctor desapareció, la sonrisa, su cordialidad, cambió su personalidad repentinamente, sus ojos expresaron temor, ira, repulsión, su voz esta vez fue muy imperativa:
-¿Eres una niña de 10 años o qué? Te dije que no estés cerca de esa puerta. Vete a tu habitación y duérmete así como están haciendo las demás pacientes.

Elizabeth salió de su presencia asustada, jamás esperaría que él contestara de esa forma, decidió hacer lo que le dijo. Pasó por el frente de esa puerta, no pudo resistir la tentación de querer asomarse por la ventanilla, al acercarse vio que el candado estaba abierto y las cadenas en el piso; esto heló la sangre de ella, por las condiciones del candado y las cadenas habría que cortarlos para poder abrirlas pero estaban en el suelo como si sutilmente las hubieran quitado. Ayudada por la luz de luna que entraba al pasillo, Elizabeth cruzo la puerta, habían gradas hacia abajo que apenas se podían ver.

Llegó hasta un ascensor que aparentemente no funcionaba, al entrar notó que habían botones hasta el 4to piso, muy extraño, el hospital únicamente tenía tres. Pensó que sería una mala indicación de los botones, a lo mejor el 4to piso era la azotea, pulsó varios botones pero el único que funcionó fue el del 4to piso, lo que no sabía Elizabeth era que allí se ocultaba el lado macabro de ese hospital. Se abrieron las puertas, era parecido al piso donde ella estaba con la gran diferencia que además del aspecto abandonado que presentaba había un olor pútrido, muy repugnante, como de formol con fetos muertos, ni la morgue tendría un olor tan desagradable, esto la hizo venirse en vómito; a medida que avanzaba por ese pasillo y ver las puertas de las habitaciones, el entorno se hacía oscuro, frío y adimensional.

Oyó el quejido de una mujer, parecía llorar, era escalofriante, sombrío, muy tenebroso. Elizabeth se acercó a lo que parecía ser una mujer agachada quejándose de un dolor, repentinamente esta se voltea y le dice:
-¿Me das agua? Tengo sed.
-¡Lorena! ¿Qué haces aquí, cómo llegaste si vine sola?
-Ellas te lo dijeron, te lo advirtieron. ¿Quieres que traiga al doctor?
-¿De qué carajo estas hablando? Me estás diciendo incoherencias ¿Quién o qué eres tú? ¿Por qué las otras pacientes sienten miedo de estar contigo? Decía Elizabeth totalmente horrorizada.
-Vivo con el señor de la estatua, él me habla.

En ese mismo instante Elizabeth salió corriendo despavorida de ahí; el sitio donde estaba era algo que no se puede describir, parecía que corría en círculos, no sabía si iba o venía, las paredes, las habitaciones, parecía que andaba sin llegar a algún lado y la oscuridad que le rodeaba la confundía cada vez más, oía como el llanto de almas en pena se quejaban muy cerca de sus oídos, su vientre empezó a moverse, como si la hija que llevaba dentro quisiera correr también, sabía lo que pasaba, sentía el miedo, el espanto de su mamá. Elizabeth no tuvo otra opción que detenerse por unos momentos, su vientre se sentía pesado, le faltaba el aire y se le cortaba la respiración, pero la luz al final del túnel llegó, divisó una salida muy a lo lejos, era suficiente motivación para seguir adelante.

Cuando finalmente llegó, vio que era una salida hacia algún sitio: la ciudad, había salido del hospital. Rápidamente se dirigió a su casa, el trayecto fue duro y penoso pero se alimentaba con la ilusión de ver a su esposo e hijo; llegó a su casa y ve un auto de policía estacionado enfrente, Elizabeth entró y encuentra a un oficial hablando con su esposo quien lloraba desconsoladamente, él al verla corrió hacia sus brazos y con voz de confusión, desespero, angustia y a la vez alegría de verla le pregunta:
-¿Dónde estuviste todo este tiempo?
-¿Todo este tiempo? Pues en el hospital, estoy allá desde hace tres días ¿No recuerdas?
-¿Tres días? Te fuiste del hospital al día siguiente, llevo buscándote casi dos semanas, ni la policía podía encontrarte, sabes que en tu estado no debes estar por ahí sin cuidados médicos ¿Por qué te fuiste de esa manera y dónde estuviste?

Elizabeth no podía creer lo que oía, para ella solo fueron 3 días en un hospital tétrico. Ella le contó todo a su esposo, él estaba maravillado con lo que oía a la vez que sentía como la sangre se le helaba por este relato tan fantasioso. Ella insistió en que lo acompañara para que viera todo lo que había allí en el hospital.

Al llegar al hospital, Eliza casi quedó desconcertada por lo que encontró, no concebía de ninguna forma lo que vio: un hospital común, lleno de pacientes, doctores, enfermeras y demás personal, un hospital tan normal como cualquiera, más increíble fue para Elizabeth entrar y percatarse del buen estado en que se encontraba la infraestructura, totalmente diferente al sitio donde estuvo.

El esposo de Elizabeth la tomó de las manos y la miró.
-Aquí fue donde te dejé hace más de una semana. ¿Por qué escapaste? ¿A dónde fuiste?
Eliza se miró las ropas, estaban curtidas y malolientes, sus pies lastimados y ensangrentados por caminar descalza, sus cabellos enredados, ella se agachó en un rincón, miró hacia el pasillo y le contestó:
-Estuve en este hospital.

La niña de la tienda: Tákuta

La siguiente historia contiene algunos relatos reales, otros de mi vida y eventos ficticios que ambientan la narración.


Tákuta.
Josua era un joven como cualquiera, estudiante de informática, aficionado al manga y anime, inclinacion al rock, videojuegos, tecnologia y deliraba por las historias de horror, suspenso y gore. Apuesto, inteligente, trabajaba en un supermercado para sustentar sus gastos.
No tenía muchos amigos, era más bien introvertido, su pasatiempo era estar horas frente al ordenador jugando o viendo historias de terror, no hablaba con nadie de sus problemas ni sentimientos, todo lo desahogaba frente a la computadora como un alcohólico frente a una botella y asi podia pasar horas hasta superar cualquier mal rato.
Estando en su trabajo, un buen día oyó que varios de sus compañeros habían tenido encuentros fantasmales con el espectro de lo que parecía ser el alma de una niña que aparecía por las noches a los vigilantes durante el turno nocturno.
Otros decían que escuchaban el escalofriante grito de lo que parecía ser un infante, varias mujeres alegaron haber visto una silueta infantil de cabellos largos rubios y rizados, rostro pálido y una inexplicable mirada profundamente atemorizadora.
La anécdota que a Josua le pareció más impactante fue cuando una de ellas le dijo que estando ella sola en el baño, en horas de la noche oyó y vio como repentinamente se bajaban el agua de los inodoros mientras se oía una risa infantil muy cerca de ella.
Aun así Josua decidió ir a los sitios en los que hubo avistamiento del fantasma, nunca vio nada, pero si sintió que algo o alguien lo seguía muy de cerca.
En una de esas noches cuando Josua estaba sumergido en el ciber-mundo, conoció a una adolescente de tal vez entre 14 o 16 años de edad; la joven se parecía muy agradable, aunque a Josua le pareció muy linda la veía como la hermana menor que nunca tuvo, algo raro también ocurría, cada vez que hablaba con la chica, sentía esa rara presencia que sintió en su trabajo.
Hubo una noche, ya entrada la madrugada, cuando hablaba con ella, entre risas, anécdotas y una charla muy agradable cuando la joven le dice a Josua:
-Te gustaría ver algo interesante?
-A que te refieres? Dijo Josua con escepticismo y picardía.
-Te mostraré algo, pero no le digas a nadie lo que veras. Será un secreto entre los dos.
-Esta bien espero que sea una buena sorpresa.
La chica se quedó mirando fijamente a Josua, sus ojos se apagaron, la luz se oscureció y parecía que movían la pantalla de su computadora, inesperadamente se oyó un susurro escabroso y aterrador cerca del oído de Josua "TÁKUTA" en ese instante se apagó la luz de su cuarto y vio como por la pantalla apareció la figura de la niña que era igual a la que sus compañeros de trabajo habían visto, dando un grito escalofriante y ensordecedor que solo él escuchó. En ese momento volvió la luz en su cuarto y se perdio la conexion con la joven con la que hablaba.
Después de ese evento tan desagradable, Josua tuvo noches perturbadoras porque no solo tenía en su mente todo lo que sucedió sino porque también de día o de noche veía aquella figura fantasmal acercándose a el.
Intentó comunicarse con la chica de internet por varios días sin ningún éxito, poco tiempo pasó antes de recibir una mensaje por correo de esta joven que decía:
“Lo que pasó la otra noche fue para probarte que yo sí existo, ahora estaré contigo en todo momento. Tienes dos opciones: Vivir con esto el resto de tu vida o pasarselo a alguien más con el rito que te explicaré más adelante; de todas formas tendrás el peso de haber  condenado a alguien a vivir con la sombra del inframundo.”
Seguido de esto habían unos pasos como para completar una invocación y traspasar ese ser, o lo que sea que fuere a otra persona. Josua no sabía que hacer, no quería hacerle eso a otra persona, los pocos amigos que tenía lo estimaban y él no les haría algo como eso pero tampoco quería vivir el resto de su vida con un espectro que le consumía sus nervios. Él estaba al borde de la desesperación, sus pocos amigos lo estaban considerando un demente a tal punto que que ya no querían acercarsele, Josua estaba colapsando.
Una noche, cuando regresaba de su trabajo, notó que la puerta de su casa estaba abierta lo cual era inusual pues él siempre se aseguraba de trancarla cuidadosamente. Pensó que era otra manifestación del ente espectral que ahora no solo lo vería a sus espaldas si también de frente; cuando entró lo que encontró no era algo fantasmal sino muy terrenal, unos maleantes habían entrado a su casa para llevarse todo lo que encontraran y Josua llegó en el justo momento en que ellos estaban allí, nada podía parecer peor. Los maleantes al verlo lo sometieron rigurosamente amenazándolo con dispararle si no les daba lo que ellos querían, pero Josua no tenía muchas cosas de valor a excepción de su computadora, un maltrecho televisor y tal vez su teléfono móvil, lo que enojó a los perpetradores y más encarnecidamente lo golpeaban y lo amenazaban con disparale; aunado a esto Josua veía la silueta del espectro que lo seguía una y otra vez, lo que lo ponía más cerca de un colapso nervioso.
En ese momento recordó el mensaje que le habia mandado la chica de internet, el rito de invocación. Josua encontró un ápice de valor dentro de sí y trató de engañar a los maleantes, ya no tenía nada que perder, o le disparaban los sujetos y enloquecía con el fantasma que lo atormentaba. Josua se levantó del suelo, ofreció algo a los malechores a cambio de que lo dejaran con vida:
-Señores, tengo algo bien oculto en este cofre, junto al televisor, que se abre mediante la voz, solo yo puedo abrirlo porque reconoce mi voz y solo yo conozco las palabras de combinación. Si me dejan con vida lo abriré para que se lo lleven, es una joya muy valiosa.
-Bien! replicó uno de ellos. -Pero si sales con tonterías te juro que acabaremos contigo, nunca reconocerán tu cadáver! Y así amanazaban a Josua una y otra vez hasta que los tres sujetos decidieron saber que era eso tan valioso.
Josua no tenía que perder, o terminaba de enloquecer o perdía su vida. Hizo el rito de invocación que consistía en unas cortas palabras, en un tenebroso, escalofriante y gélido susurro se oyó “TÁKUTA.” En la pantalla del maltrecho y descompuesto televisor empieza a asomarse la misma silueta que tenía atormentado a Josua, los cabellos rizados, largos y rubios que ocultaban un rostro pálido y amenazante. Los ladrones no sabían que hacer, estaban horrorizados, sentían como un frío les recorría la espina dorsal, no podían concebir lo que ocurría, sus armas cayeron al suelo al escuchar el grito pavoroso de esa niña que apareció de la nada y extendía sus manos hacia a ellos, ni que hablar del pobre Josua que estaba viviendo esa experiencia por segunda vez.
Los maleantes trataron de correr despavoridos, pero en un momento la energía eléctrica se fue de la casa dejando todo a oscuras. Inmediatamente se oyó como uno de ellos gritaba desesperado mientras era arrastrado hacia la nada. Al volver el servicio eléctrico solo uno de los 3 individuos que irrumpieron en la casa de Josua estaba allí, sentado, delirando, solo decía: “La niña viene,” del tercero no se supo nada, ni siquiera cómo había desaparecido, el que quedó fue recluído en un hospital psiquiátrico y únicamente repetía: “la niña rubia está detrás de mi.”
Luego de esto, no se supo más nada del joven Josua, sus cosas, todas sus pertenencias, revistas, computadora, videojuegos, todo estaba en su casa, sus familiares no hablan de él, incluso sus padres solo dicen que se mudó a otro sitio porque no le gustaba el lugar donde vivía, pero claramente hay evidencias de que no es así. Sin embargo los residentes de la zona donde vivía Josua alegan oír en las noches de Agosto una niña diciendo “TÁKUTA” seguido de una voz varonil, jóven, sollozante y pavorizante repetir una y otra vez: “No volverán por mi.”