miércoles, 24 de septiembre de 2014

Almas en el Hospital



Elizabeth, así se llamaba aquella mujer, una mujer de tez blanca, elegante, inteligente, atractiva, una persona como cualquiera; ella esperaba a su segundo hijo que resultó ser una niña, tanto Elizabeth como su esposo estaban felices por esto, solo hablaban de su próxima hija, tanto así que destinaron cierto capital a la buena estabilidad de la gestación de la bebé.

Sin embargo Elizabeth tenía un problema, su tiempo de gestación no siempre se cumplía, tuvo que asistir a un centro médico para estabilizarla, el doctor que la atendió dio muy buenas expectativas, afortunadamente era algo que le pasa a mas mujeres de lo uno piensa, a pesar de esto era necesario dejarla unos días para observarla y si todo marchaba como hasta ahora, ella podía irse a su casa en unos días.

Eliza fue llevada al cuarto de observación, allí conoció a otras chicas que presentaban cuadros parecidos al de ella, era muy carismática, así que hizo amistades rápidamente, no obstante había una de ellas que parecía ser algo diferente, aislada, retraída, de pocas palabras, algunas decían que esta mujer era loca, otras que solo era una mujer introvertida, poco sabían de esta paciente, apenas le conocían el nombre ya que lo llevaba tatuado en el hombro con letras oscuras pero legibles, decía: Lorena.

Llega la primera noche de Elizabeth en el hospital, es difícil decir como se sentía, estar sin sus familiares cerca, al menos su esposo, la ponía a la expectativa de cualquier evento. Una de sus compañeras de cuarto le dice:
-Cuando te acuestes trata de estar pendiente de la “la loca” dicen que hace cosas raras mientras duermes.
-Jejeje ¿en serio? ¿Acaso hace conjuros o cosas así, por qué le dicen loca, es solo porque no habla mucho? No me tomes el pelo, ni me quieras asustar.
-En serio, suele caminar de madrugada entre los pasillos y…
-…Y a lo mejor es noctámbula. Replicó Elizabeth antes de que su compañera terminara de hablar. ¿Sabes qué me asusta más? Los honorarios del doctor, dijo soltando una risa suave pero burlona.
-Está bien. No digas que no te lo advertí. Contestó la muchacha, y se dio media vuelta en su camilla antes de quedarse dormida.

Entrada la noche Elizabeth se despertó con ganas de ir al baño, se dirigió al pasillo y observó lo largo de éste, no sabía si era el efecto de la noche pero lucía mas largo de lo que realmente es, de un azul oscuro que se entenebrecía por la ausencia de luz, algunos bombillos quemados, otros apunto de estallar y esa sensación que le helaba las piernas de una persona acompañándola al atravesar el pasillo. El viento se colaba por las ventanas, susurraba pero no con melodía, más bien parecía un soplido escalofriante.

Por fin llegó la mañana, Elizabeth no sabía si alegrarse o no, aún no le decían cuando se iría, esa primera noche fue lo mas intimidante que había vivido. Ella se lo comento a las otras señoras que estaban acompañándola.
-¿Alguna de ustedes se ha fijado en lo tenebroso que es ir al baño de noche? Preguntó Eliza.
-¿En serio fuiste al baño en la madrugada? ¿Prefiero hacerme en la camilla y que los doctores me regañen?
Eliza contestó: No creo que te de tanto miedo, sí asusta pero no es para tanto.

Otra de ellas a quien llamaban “la negrita” por su carisma y tez de piel le dice:
-¿No conoces la historia de este hospital? Fue fundado hace más de 60 años, solía ser el más prestigioso en su época y con el mejor servicio. Cuentan que varios obreros perdieron la vida mientras lo construían, los familiares de estos obreros que recibieron atención médica aquí después de fundado también perecieron por causas insólitas, en un principio se decía que fue por mala praxis pero pronto se reveló que no fue así, hubo varios doctores, enfermeras, camareras y hasta los que hacen la limpieza que se suicidaron lanzándose desde el cuarto piso. Los maullidos que oyes no son gatos… son gritos de dolor, de almas en pena.
-No me jodas, dice Eliza con escepticismo. ¿Crees que me tragaré eso? Hasta en el mejor hospital del mundo hay gente que muere, es inevitable.
-Tienes razón. Contestó la negrita, cuyo nombre era Amanda, y prosiguió: ¿No te has dado cuenta que a pesar de estar en un sitio accesible y ser tan grande este hospital hay poco personal y casi ningún paciente?
-Y si es así como ustedes creen ¿que hacen aquí, por qué siguen acá? Yo me largaría.
-Eso es algo que solo tú lo sabrás cuando suceda.
-¿Suceder qué? Y hubo silencio.

Para evitar más polémica, Elizabeth decidió no seguir la conversación, se retiró si hacer comentarios. Cercana la noche cuando rayaba el alba, Elizabeth se sentó en su camilla a mirar por la ventana, divisó un busto de alguien, seguramente del fundador del hospital, acariciando su vientre hablaba con su futura hija y con la mirada fija en el monumento no dejaba de pensar en esas anécdotas pavorosas.

La segunda noche en el hospital. Esta vez Elizabeth se despierta al oír pasos en el pasillo, quiso llamar a alguna de sus compañeras pero el frío que recorría su espina dorsal le impedía hablar, poco a poco esos pasos se escuchaban mas cerca, una silueta confusa y borrosa se acercaba adonde ella estaba. Eliza no se atrevía a abrir los ojos, sintió una voz que le hablaba mientras le quitaban la sábana de encima:
-¿Me das un poco de agua?
Era Lorena en una de sus rondas nocturnas.
-¿Me diste un susto de muerte, que haces parada a esta hora? Replicó.
-Tengo sed.
-¡Esta bien! Pero no me vuelvas a hacer algo así.

Elizabeth se levantó parcialmente molesta, pero aun así fue a buscar un vaso de agua para Lorena, de regreso ve una puerta de madera, algo de lo que ella no se había percatado la noche anterior, sintió curiosidad y escalofrío a la vez, mas aún al ver que la puerta estaba cerrada con cadenas y candado, llevaría bastante tiempo así pues estaba empolvada y las cadenas oxidadas. Al entrar a su habitación vio que Lorena parecía hablar con el busto que se veía desde su ventana, lo más raro no fue eso, sino que ella hablaba como si estuviera frente al objeto siendo que la habitación estaba en un 3er piso. Eliza buscó de inmediato al médico residente para decirle lo que pasaba, cuando ambos fueron a la habitación de Elizabeth, Lorena ya no estaba, el médico la buscó, estaba tranquila durmiendo en su habitación. Eliza se puso muy nerviosa, porque para que ella fuera hasta su cuarto tuvo que pasar frente a ellos forzosamente. ¿Fue un sueño o acaso un juego de la mente? ¿O tal vez…?

A la mañana siguiente Elizabeth contó a sus amigas lo sucedido, ellas la miraron pero no pronunciaron palabra alguna, Amanda, salió de la habitación inmediatamente con el pretexto de que era hora de su medicina. Eliza no prestó mucha atención a esto y continuó hablando de lo sucedido, preguntó también que había detrás de esas puertas de madera pero sus amigas le desviaron la pregunta y la persuadieron de no estar cerca de ahí.

Esto no frenó los deseos de Eliza para conocer lo que había allí, algo le atraía, la llamaba, sentía que le empujaban a abrirla, pero cómo podría si estaba con cadenas. Hay cosas que es mejor no conocerlas.

El sol se ocultó en el ocaso, el crepúsculo que se veía rojo y amarillo empezaba a desvanecerse dando lugar a la no tan deseada tercera noche para Elizabeth en el hospital, ¿Podría dormir esta vez o tendría otra lúgubre experiencia en el pasillo? Cerca de las 2 de la madrugada ella despierta sin motivo aparente, no tenía hambre ni sed, tampoco estaba Lorena cerca, pero sintió algo que nuevamente le llamaba hacia la puerta de madera, estaba totalmente atraída por lo desconocido así que se levantó de su camilla, se acercó a la puerta y miraba por la ventanilla de ésta, notó que había unas escaleras como hacia un sótano, apenas se lograba divisar algo que pobremente iluminaban los bombillos que estaban a punto de quemarse, el reflejo de luz de luna daba la sensación de ser un pasillo sin final.

Muerta de ganas por saber que había allí abajo, Elizabeth buscó al doctor que estaba en ese momento de turno, era un joven con muy buenos modales, le caracterizaba ser amable, cordial, caballeroso y con una sonrisa en todo momento, de esas que te dice que a pesar de las circunstancias todo saldrá bien.
-Doctor ¿qué hay detrás de esa puerta? Siempre está cerrada y parece que hay unas gradas hacia abajo.
-No te acerques ahí, siempre ha estado cerrado. Contestó con todo de voz muy afable.
-Me gustaría saberlo, se ve muy escabroso ¿Acaso hay algún piso inoperativo?
-Te dije que no te acerques a ese sitio, así esté en todo el pasillo, haz como si no estuviera. Contestó esta vez el doctor con un tono de voz más fuerte que el anterior.
-Solo quiero saber ¿Usted sabe y no me quiere decir? Le replica Elizabeth.
En ese momento toda la caballerosidad del doctor desapareció, la sonrisa, su cordialidad, cambió su personalidad repentinamente, sus ojos expresaron temor, ira, repulsión, su voz esta vez fue muy imperativa:
-¿Eres una niña de 10 años o qué? Te dije que no estés cerca de esa puerta. Vete a tu habitación y duérmete así como están haciendo las demás pacientes.

Elizabeth salió de su presencia asustada, jamás esperaría que él contestara de esa forma, decidió hacer lo que le dijo. Pasó por el frente de esa puerta, no pudo resistir la tentación de querer asomarse por la ventanilla, al acercarse vio que el candado estaba abierto y las cadenas en el piso; esto heló la sangre de ella, por las condiciones del candado y las cadenas habría que cortarlos para poder abrirlas pero estaban en el suelo como si sutilmente las hubieran quitado. Ayudada por la luz de luna que entraba al pasillo, Elizabeth cruzo la puerta, habían gradas hacia abajo que apenas se podían ver.

Llegó hasta un ascensor que aparentemente no funcionaba, al entrar notó que habían botones hasta el 4to piso, muy extraño, el hospital únicamente tenía tres. Pensó que sería una mala indicación de los botones, a lo mejor el 4to piso era la azotea, pulsó varios botones pero el único que funcionó fue el del 4to piso, lo que no sabía Elizabeth era que allí se ocultaba el lado macabro de ese hospital. Se abrieron las puertas, era parecido al piso donde ella estaba con la gran diferencia que además del aspecto abandonado que presentaba había un olor pútrido, muy repugnante, como de formol con fetos muertos, ni la morgue tendría un olor tan desagradable, esto la hizo venirse en vómito; a medida que avanzaba por ese pasillo y ver las puertas de las habitaciones, el entorno se hacía oscuro, frío y adimensional.

Oyó el quejido de una mujer, parecía llorar, era escalofriante, sombrío, muy tenebroso. Elizabeth se acercó a lo que parecía ser una mujer agachada quejándose de un dolor, repentinamente esta se voltea y le dice:
-¿Me das agua? Tengo sed.
-¡Lorena! ¿Qué haces aquí, cómo llegaste si vine sola?
-Ellas te lo dijeron, te lo advirtieron. ¿Quieres que traiga al doctor?
-¿De qué carajo estas hablando? Me estás diciendo incoherencias ¿Quién o qué eres tú? ¿Por qué las otras pacientes sienten miedo de estar contigo? Decía Elizabeth totalmente horrorizada.
-Vivo con el señor de la estatua, él me habla.

En ese mismo instante Elizabeth salió corriendo despavorida de ahí; el sitio donde estaba era algo que no se puede describir, parecía que corría en círculos, no sabía si iba o venía, las paredes, las habitaciones, parecía que andaba sin llegar a algún lado y la oscuridad que le rodeaba la confundía cada vez más, oía como el llanto de almas en pena se quejaban muy cerca de sus oídos, su vientre empezó a moverse, como si la hija que llevaba dentro quisiera correr también, sabía lo que pasaba, sentía el miedo, el espanto de su mamá. Elizabeth no tuvo otra opción que detenerse por unos momentos, su vientre se sentía pesado, le faltaba el aire y se le cortaba la respiración, pero la luz al final del túnel llegó, divisó una salida muy a lo lejos, era suficiente motivación para seguir adelante.

Cuando finalmente llegó, vio que era una salida hacia algún sitio: la ciudad, había salido del hospital. Rápidamente se dirigió a su casa, el trayecto fue duro y penoso pero se alimentaba con la ilusión de ver a su esposo e hijo; llegó a su casa y ve un auto de policía estacionado enfrente, Elizabeth entró y encuentra a un oficial hablando con su esposo quien lloraba desconsoladamente, él al verla corrió hacia sus brazos y con voz de confusión, desespero, angustia y a la vez alegría de verla le pregunta:
-¿Dónde estuviste todo este tiempo?
-¿Todo este tiempo? Pues en el hospital, estoy allá desde hace tres días ¿No recuerdas?
-¿Tres días? Te fuiste del hospital al día siguiente, llevo buscándote casi dos semanas, ni la policía podía encontrarte, sabes que en tu estado no debes estar por ahí sin cuidados médicos ¿Por qué te fuiste de esa manera y dónde estuviste?

Elizabeth no podía creer lo que oía, para ella solo fueron 3 días en un hospital tétrico. Ella le contó todo a su esposo, él estaba maravillado con lo que oía a la vez que sentía como la sangre se le helaba por este relato tan fantasioso. Ella insistió en que lo acompañara para que viera todo lo que había allí en el hospital.

Al llegar al hospital, Eliza casi quedó desconcertada por lo que encontró, no concebía de ninguna forma lo que vio: un hospital común, lleno de pacientes, doctores, enfermeras y demás personal, un hospital tan normal como cualquiera, más increíble fue para Elizabeth entrar y percatarse del buen estado en que se encontraba la infraestructura, totalmente diferente al sitio donde estuvo.

El esposo de Elizabeth la tomó de las manos y la miró.
-Aquí fue donde te dejé hace más de una semana. ¿Por qué escapaste? ¿A dónde fuiste?
Eliza se miró las ropas, estaban curtidas y malolientes, sus pies lastimados y ensangrentados por caminar descalza, sus cabellos enredados, ella se agachó en un rincón, miró hacia el pasillo y le contestó:
-Estuve en este hospital.

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